Los desafíos actuales de los “signos de los tiempos”
Una lectura comentada de Evangelii gaudium. Parte 5 (50-75)
Willi Knecht**
Un comentario desde la perspectiva de la iglesia latinoamericana
La siguiente lectura comentada de la exhortación apostólica del papa Francisco presenta algunas declaraciones centrales (II,1 / III,1). Estas serán interpretadas y comentadas en el contexto de las enseñanzas anteriores de la iglesia latinoamericana a partir de 1968, y en el marco de una praxis de liberación hecha vida en América Latina (no se pretende aquí un análisis científico comparativo). Aunque las ideas de Francisco se quedan atrás de lo ya vivido y proclamado, en la teoría y en la práctica, a raíz del concilio Vaticano ii, con sus acciones simbólicas, sus discursos y sus escritos, se vincula con algo que fue reprimido (Juan Pablo ii y Benedicto xvi) durante más de 30 años: una iglesia profética, con una espiritualidad jesuánica y centrada en los empobrecidos. Francisco lo hace colocando de nuevo en el centro la práctica de Jesús el Mesías y su mensaje liberador de la venida del Reino de Dios, del amor y la justicia. (W.K.)
Los desafíos de los “signos de los tiempos” hoy
Francisco habla de un “exceso de diagnóstico” (50). En realidad, ya sabemos desde hace tiempo todo lo que tenemos que saber. ¿Por qué, entonces, no actúan las personas en consecuencia? Puros estudios no ayudan en nada. El papa no pretende “ofrecer un análisis detallado y completo sobre la realidad contemporánea”, sino más bien un discernimiento del espíritu a la luz del Evangelio. El se preocupa por la renovación misionera de la iglesia. De ahí que quiera ocuparse de “algunos aspectos de la realidad que pueden detener o debilitar los dinamismos de [...esa] renovación”(51).
Algunos desafíos del mundo actual
“La humanidad vive en este momento un giro histórico” (52). El papa menciona muchos logros, pero también que “algunas patologías van en aumento”. Considera que la causa principal del “cambio de época” es la gran velocidad de las innovaciones tecnológicas y el desarrollo científico, pero, ¿son estas las características esenciales de un cambio histórico? Por primera vez en la historia de la humanidad, los seres humanos poseen los medios para aniquilarse a sí mismos, sea mediante la destrucción de los propios medios de subsistencia, sea mediante la guerra y la violencia. Por otra parte, durante miles de años todas las religiones y culturas han buscado “domar” las fuerzas autodestructivas inherentes al ser humano y desarrollar valores que pudieran hacer posible una floreciente vida en comunidad. Pero ahora, estas fuerzas destructoras se han desatado por primera vez en todo el mundo, y se han convertido en la base de la “convivencia” humana. La historia bíblica del pecado original nos cuenta que el ser humano ha avanzado por su deseo de ser como Dios. Esto y su afán de “siempre más” lo llevaron a una ruptura con Dios. Su empeño por absolutizar sus propias necesidades, sus normas y sus obras, se vuelve idolatría. El precepto definido por Dios para los seres humanos, de vivir en comunión con él, se ha destruido. El ser humano es el asesino de su hermano y su hermana. El capitalismo, por sí mismo, trae la muerte.
No a una economía de la exclusión
“Esa economía mata” (53). Esta oración es probablemente la más polémica del texto papal. Es también una oración central de la Biblia: esta idolatría (véase arriba) lleva a la muerte y a muchas muertes, a la destrucción de cualquier comunidad humana. La fe en el Dios bíblico de la vida no es compatible con la fe en el dios de la muerte, en los dioses de este mundo. “Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil.” “Hemos dado inicio a la cultura del ‘descarte’ que, además, se promueve.” Debido a esta exclusión sistemática con fines de lucro, las personas se convierten en "desechos y sobrantes".
En el siguiente número habla el papa de “los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante” (54). Esto no significa más que el papa –¿indirecta o intencionalmente?– reprocha acertadamente a los creadores de este sistema económico querer imponer las leyes inherentes al capitalismo como sagradas e inmutables, es decir, convertir al capitalismo en el dogma imperante de nuestro tiempo. Esto se realiza mejor, cuanto mayor y más efectivo sea el embrutecimiento y la división de la sociedad. Y esta catequesis del capitalismo es mucho más exitosa que la de las iglesias cristianas. “Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia. [...] La cultura del bienestar nos anestesia [...] Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros”. El capitalismo no es solamente la religión más influyente; también ofrece el más efectivo opio del pueblo –como cualquier religión que está al servicio de los poderosos.
No a la nueva idolatría del dinero
Lo que a menudo se pasa por alto es que Francisco no sólo presenta los fenómenos individuales y las consecuencias del sistema económico, sino que también cuestiona sus raíces. En el origen de la crisis que vivimos “hay una profunda crisis antropológica: ¡la negación de la primacía del ser humano! Hemos creado nuevos ídolos. La adoración del antiguo becerro de oro (cf. Ex 32,1-35) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía” (55). La reducción del ser humano al consumo, la persona como mercancía, una economía “sin un objetivo verdaderamente humano”, todo esto tiene su origen en una “grave carencia de un orientación antropológica”.
El papa señala que estos desórdenes provienen “de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera” (56). Hay en él una gran reticencia a utilizar el término "capitalismo", pero es importante su señalamiento de que la autonomía absoluta de los mercados entra en conflicto con el estado, que tiene que velar por el bien común. “Se instaura una nueva tiranía invisible, a veces virtual, que impone, de forma unilateral e implacable, sus leyes y sus reglas”. Pese a que habla de “los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta”, no llega a calificarlos de incompatibles con la fe bíblica. El trata más de una reforma urgente de la economía mundial, que de su rechazo. (En el número 204 habla de que un “crecimiento en equidad exige algo más que el crecimiento económico, aunque lo supone”).
A pesar de la claridad de las palabras, esta actitud es muy indecisa, vacilante y poco profética. La conclusión (teológica) de sus propias palabras sería: El pecado original (pecado capital) será impuesto por los altos sacerdotes de este orden mundial como el único principio fundamental dominante, como el único valor vigente. La acumulación de bienes materiales (consumo) y el constante crecimiento del capital es el único camino a la salvación. Esta es también la doctrina de las sectas evangélicas y exactamente lo contrario de lo que la Iglesia de Jesucristo dice y es.
No a un dinero que gobierna en lugar de servir
Las reflexiones del papa terminan en un llamado “a los expertos financieros y a los gobernantes de los países” (57) a seguir las palabras de Juan Crisóstomo, a compartir los propios bienes con los pobres, porque esos bienes no son nuestros, sino de ellos (lo que ya sería un gran paso en el camino al Reino de Dios). Francisco llama a una ética que permita “crear un equilibrio y un orden social más humano” (58). ¿Caerán en tierra fértil las exhortaciones a los ricos en torno a la solidaridad desinteresada y a una ética a favor de los hombres?
No a la inequidad que genera violencia
El papa señala que “un mal enquistado en las estructuras de una sociedad tiene siempre un potencial de disolución y de muerte” (59). Pero también aquí le falta claridad. Centra su argumento en que las reacciones violentas de los excluidos pueden evitarse, en vez de hablar de la violencia inherente al sistema (como sí hizo, por ejemplo, Helder Camara), cuyas mortales consecuencias él mismo Francisco describe. En Medellín, en 1968, las estructuras mundiales de dominación fueron calificadas como “violencia institucionalizda” (Cap. 2, 16). En América Latina se habla del “pecado del mundo” o las “estructuras de pecado”, como formuló el mismo Juan Pablo II (1987). Son estructuras que roban al ser humano su dignidad, porque ponen a Mammón por encima de las personas, y tienen sus raíces en lo que la Biblia califica de idolatría y “pecado original”, la tentación por excelencia. La colonización del mundo por parte de Europa, del occidente cristiano, convirtió esta idolatría en la religión mundial dominante. Sus valores penetraron los rincones más remotos de la tierra y envenenan hasta los últimos resquicios del alma humana. En la situación actual, el desarrollo histórico del pecado original llega a su culminación.
Esta ceguera está alimentada por la idea del crecimiento permanente inherente al sistema. Incluso los predicadores más destacados de los “libres mercados” saben y dicen que el capitalismo no puede funcionar sin un crecimiento constante. Y esto es imposible en un planeta limitado. Si hasta ahora (aparentemente) “ha funcionado”, ha sido a expensas de la extinción de pueblos enteros, al aumento de los saqueos y a costa de las generaciones futuras. Sin una ruptura radical con el dogma del crecimiento, no habrá futuro, o éste será muy precario (radical no significa inmediata, sino fundamental). Estamos en una trampa del crecimiento y no encontramos la salida. El papa habla de esto, pero muy someramente: “Los mecanismos de la economía actual promueven una exacerbación del consumo, pero resulta que el consumismo desenfrenado unido a la inequidad es doblemente dañino del tejido social” (60).
Algunos desafíos culturales
En los siguientes números (61-79) se refiere el papa un poco bruscamente a algunos desafíos culturales que se interponen en el camino de una nueva evangelización. Los números 71-75 están dedicados a los desafíos especiales de una evangelización en la ciudad. Como todo el capítulo tercero trata del anuncio del Evangelio (110-175), menciono aquí brevemente algunos puntos.
1. Desafío: Arbitrariedad e individualismo posmodernos
Si cada uno “quiere ser el portador de una propia verdad subjetiva” (61), y desea en primer lugar la propia realización personal, esto perjudica la vida de la comunidad y desvanece la voluntad de participar en proyectos conjuntos. Esto afecta a la iglesia en su núcleo. Se está extendiendo una “indiferencia relativista”, que tiene su origen en una “crisis de las ideologías” y las instituciones.
2. Desafío: Desarraigo cultural (de los pueblos en la periferia)
Culturas económicamente desarrolladas, pero éticamente debilitadas, han inundado –o incluso destruido— a otras culturas con sus valores superficiales. Francisco se refiere sobre todo a los medios de comunicación social: “los aspectos negativos de las industrias de los medios de comunicación y de entretenimiento ponen en peligro los valores tradicionales” (62). Estos medios no prestan atención a las características culturales específicas, sino que persiguen sus propios intereses. Pero el papa no señala que ésta es una característica esencial del colonialismo europeo (con el término me refiero también a los Estados Unidos): comercializar, asumir por completo o erradicar lo que le es ajeno. Tampoco dice que las empresas misioneras del occidente cristiano a menudo establecían como meta la destrucción de las “culturas paganas”. Esto se muestra de manera especialmente drástica en el ejemplo de la “conquista”, que degeneró en el mayor genocidio de todos los tiempos (de un número aproximado de 100 millones de habitantes, sobrevivieron en América alrededor de 10 millones). Hasta el día de hoy no se ha escuchado ninguna disculpa de Roma (aunque sí de algunos obispos latinoamericanos).
3. Desafío: Movimientos fundamentalistas y búsqueda de una espiritualidad sin Dios.
El papa Francisco achaca el avance de los movimientos religiosos que tienden al fundamentalismo, al aumento del vacío interior y al “individualismo imperante” (63) que, a su vez, es consecuencia del “racionalismo secularista”. Las causas son vagas. Una sociedad de orientación materialista depende de un sustituto de la religión que, por una parte, permita olvidar brevemente la amargura de la miseria y, por otra, mantenga despiertas las aspiraciones de una vida mejor –sea en el más allá o materialmente. Parece que el papa percibe esto, pero prefiere no cuestionar el rol de las iglesias cristianas en ese contexto determinado. Tampoco menciona en absoluto que el avance de los movimientos fundamentalistas, sobre todo de origen norteamericano, no es ninguna casualidad. Hay razones político-económicas (por los intereses de quienes detentan el poder) y razones al interior de la iglesia. Sus predecesores en el ministerio petrino se empeñaron en impedir, por ejemplo mediante el nombramiento de obispos específicos, el surgimiento de una iglesia local en medio de los empobrecidos. La obstaculización sistemática de una pastoral social liberadora, sobre todo en los barrios desfavorecidos, condujo a una ausencia de la iglesia en los lugares donde más se necesitaba. Francisco admite que a lo anterior contribuyeron una sacramentalización exagerada de las estructuras eclesiásticas, un comportamiento burocrático y “un clima poco acogedor en algunas de nuestras parroquias y comunidades”. Pero aquí queda la pregunta: ¿Quién tiene la responsabilidad en última instancia?
4. Desafío: Privatización de la fe
“El proceso de secularización tiende a reducir la fe y la Iglesia al ámbito de lo privado y de lo íntimo” (64). Como resultado, la lista de consecuencias de este proceso (deformación ética, debilitamiento de la conciencia de pecado, etc.) conduce a la queja de que los jóvenes, en especial, toman cada vez menos en cuenta los objetivos de las normas establecidas por la iglesia. Así se crea el prejuicio de que la iglesia intervendría en la libertad individual de la persona. Como en el capítulo IV el papa aborda ampliamente la dimensión social de la evangelización y hace hincapié en las obligaciones de los creyentes, sus comentarios en esta sección, al hablar, por ejemplo, de un cierto relativismo moral, parecen referirse más bien a la moral sexual de la iglesia. Sin embargo, al mismo tiempo habla de normas morales objetivas, aplicables a todos los hombres, cayendo así en un pensamiento arbitrario del pasado, que se anunciaba como inmutable y de orden divino. Esta moral sexual, pese a ser la favorita de la iglesia romana, no se encuentra en el centro del mensaje de Jesús. No es un dogma ni una ley natural.
5. Desafío: Escuela y familia
En los números 65 y 66 el papa certifica que la iglesia católica “es una institución creíble ante la opinión pública” (65). Esto es especialmente cierto por su contribución en los ámbitos de la caridad y de la educación. Sorprendemente, el tema “familia” aparece poco en su texto. Salvo algunas observaciones generales (“La familia atraviesa una crisis cultural profunda”) no dice gran cosa.
Su conclusión: “El individualismo posmoderno y globalizado favorece un estilo de vida que debilita el desarrollo y la estabilidad de los vínculos entre las personas, y que desnaturaliza los vínculos familiares.” (67).
La solución: fortalecimiento de una “comunión” que promueva la relación con el padre celestial y de los seres humanos entre sí. También propone formar alianzas con todas las fuerzas de buena voluntad en la sociedad - "para la consecución de nobles objetivos."
Desafíos de la inculturación de la fe
“El substrato cristiano de algunos pueblos —sobre todo occidentales— es una realidad viva” (68). ¿Lo dice como un consuelo? ¿Y a qué pueblos se refiere? Evidentemente, asume que esto es así porque la gran mayoría de estos pueblos (Europa occidental, Estados Unidos) ha recibido el bautismo (¿se aplica ex opere operato?) En este sentido, los “indios” americanos y los pueblos africanos son de otra opinión (¿se encuentran entre los pueblos occidentales bautizados?) Sobre el concepto de “occidente cristiano” ya se ha escrito en este texto. Cabe señalar que, naturalmente, el papa asume que el mundo occidental cristiano es un modelo de la iglesia de Jesucristo. Sin embargo, ésta tiene su origen en un pueblo nómada del Cercano Oriente, que confía en un dios liberador que podría rescatarlo de la esclavitud. Jesús es parte de esta tradición. ¿No es la posterior iglesia greco-romana –en el mejor de los casos– una iglesia regional (europea) que se transformó en iglesia universal en el curso de crueles procesos de conquista y esclavitud?
Sobre la importancia que tienen la iglesia popular y la piedad popular para el papa Francisco, queda mucho por explorar y por entender. Es una clave para entender sus palabras y sus actos. “Una cultura popular evangelizada contiene valores de fe y de solidaridad que pueden provocar el desarrollo de una sociedad más justa y creyente, y posee una sabiduría peculiar que hay que saber reconocer con una mirada agradecida” (68). Se trata de cuidar y promover las tradiciones existentes, que de hecho promueven la fe y el sentido de comunidad (responsabilidad social) de los creyentes. Pero Francisco ve también debilidades y peligros “que todavía deben ser sanados por el Evangelio” (69), entre ellas la superstición, la magia, etc. El distingue entre una verdadera piedad popular y una piedad popular que consiste en “supuestas revelaciones privadas” y que se reduce a resguardar las tradiciones externas.
Desafíos de las culturas urbanas
“La nueva Jerusalén, la Ciudad santa (cf. Ap 21,2-4), es el destino hacia donde peregrina toda la humanidad” (71). Entretanto más de la mitad de la humaidad vive en ciudades. En los números 71 a 75 escribe Francisco sobre los desafíos especiales de una vida cristiana en la ciudad. Curiosamente, Francisco transmite a la mega-ciudad moderna la imagen de una nueva Jerusalén. Es exactamente lo contrario de lo que ocurre en el Nuevo Testamento. Jesús es rechazado de la ciudad (del “centro”) a partir de su nacimiento, anuncia el inicio del Reino de Dios en el campo, sus primeros discípulos y discípulas provienen asimismo de Galilea y al llegar a Jerusalén, es traicionado y asesinado por las élites urbanas del imperio. Hoy más que nunca “el campo” es explotado por “la ciudad” (incluso a nivel global). Ya los griegos de las ciudades-estados llamaron a todos los que no vivían en ciudades “bárbaros” e incluso hoy en día, en América Latina, la población rural es considerada inferior, sin cultura y sin “verdadera” fe. Sin embargo, Dios vino al mundo entre los campesinos y fue uno de ellos...
Lo que le hace falta a Europa es una “teología e iglesia bárbara” (surgida de los “bárbaros”, de los “no-humanos”).
La ciudad moderna es un monstruo, pero también es el lugar de la esperanza en una vida mejor, de la ilusión de encontrar fortuna, de pertenecer, de ser parte del mundo moderno (así lo relatan muchos “migrantes del campo”). Las mega-ciudades se convierten en lugares que cada vez pueden ser menos controlados. Justo por eso –dice Francisco– la iglesia debe estar allí más presente. “Nuevas culturas continúan gestándose en estas enormes geografías humanas” y por ello es la ciudad “un lugar privilegiado para la nueva evangelización” (73). “Variadas formas culturales conviven de hecho, pero ejercen muchas veces prácticas de segregación y de violencia” (74). Francisco sabe del tráfico de drogas y de personas, de la prostitución y la corrupción, por eso escribe: “La proclamación del Evangelio será una base para restaurar la dignidad de la vida humana en esos contextos, porque Jesús quiere derramar en las ciudades vida en abundancia” (75). ★
* Traducción: Pilar Puertas (
** Doctor en teología, agente pastoral.